La magia, el jazz y la disrupción conquistan al público lector de Haruki Murakami, uno de los autores más leídos en la actualidad.
Haruki Murakami es un hombre de amores y odios. Ha sido candidato al Premio Nobel de literatura y es uno de los pocos autores que, actualmente, logra que su público forme filas eternas ante sus estrenos, que pueden ser solo comparadas con la euforia que generan las estrellas de rock. A su nombre lo acompañan muchas opiniones; sobrevalorado para muchos, poco reconocido para otros. Pero lo que es indudable es su influencia en el mercado literario actual.
La literatura de Murakami puede ser pensada fácilmente en términos musicales. La pasión del autor por la música puede ser percibida en las páginas de Tokio Blues (1987), Música, solo música (2011) y 1Q84 (2009). En sus obras convergen piezas de Wagner con canciones de los Beatles, Elvis Presley y Ella Fitzgerald. Sin embargo, desde un plano mucho más general, sus obras encarnan esencialmente dos géneros: el jazz y el pop.
Estos últimos entretejen las principales características de las historias que le han permitido ser uno de los japoneses más leídos del mundo. Detrás de Murakami, que en mayo de este año fue galardonado con el premio Princesa de Asturias, se encuentra una maquinaria narrativa y cultural que no solo habla del Japón americanizado de hoy en día, sino de la combinación entre lo surreal y lo popular que representa su literatura.
Los inicios de su jazz literario
Murakami es un amante eterno del jazz. A los 15 años, en 1964, tuvo su primer encuentro con el género que le marcaría la vida y que, según él mismo, le enseñó a escribir. Desde entonces, la relación del autor con la música ha sido constante. Diez años después, Haruki abrió Peter Cat, un bar de jazz en Tokio que funcionó hasta 1981. Las páginas de sus obras, colmadas de referencias musicales, y una colección de más de 10.000 vinilos de jazz son testigos de que la conexión se mantuvo.
El jazz es riqueza, ficción y magia para el autor, que, sin embargo, también articula elementos pop que lo universalizan y les permiten a sus lectores sumergirse en la cultura japonesa que expone con maestría sin hacer sentir extranjero a quien pasa las páginas.
El espacio es el punto de partida de la dualidad musical de Murakami. En cada obra, el autor sitúa a los lectores en un lugar que pareciera enmarcarlo en un universo pop. Propone escenarios cómodos que usa para transgredir la normalidad que se les asocia. Desde un restaurante de “La chica del cumpleaños” y el aeropuerto de Hamburgo en Tokio Blues, hasta los recuerdos de la juventud en Sputnik, mi amor.
Murakami se acerca a su lector creando a su alrededor una escena familiar con la que poco después juega agregando elementos surreales. Cuestiona la normalidad transformándola en la transición perfecta para guiar a su audiencia a lo desconocido. Los espacios en Murakami son fuente de preguntas más que de respuestas. Su naturalidad resalta la extrañeza de los eventos que suceden y, con los mismos tonos irreverentes de las piezas del jazz, se convierten en una excusa para resaltar la absurdidad de lo normal.
La cadencia de realidad, ficción y universalidad
Sin embargo, el espacio tiene una connotación mucho más amplia en la obra del japonés. Sus personajes, lugares y rememoraciones forman parte del hábitat del verdadero protagonista de sus historias: el sueño inquietante en el que nos sumerge con su imaginación poderosa. Las mujeres son un gran ejemplo de aquello.
El misticismo que las envuelve en las narraciones es posible, en gran medida, a que siempre son percibidas desde una mirada lejana que las envuelve en el desgarro de la trama. Las mujeres son desconocidas, son parte –y en ocasiones artífices– de la magia inexplicable que se vive en la normalidad. Guían, a través de frustraciones, desamores o desesperanza, a una ruptura de la realidad que solo puede ser explicada a través de una interrupción casi onírica, que desdobla al narrador y al lector en un juego de ficciones.
Japón no es exótico ni representativo en la literatura de Murakami; las características jazz de sus obras no necesitan del entramado cultural que rodea al país nipón para desarrollarse. “Escribe en japonés, (…) pero si lo traduces a inglés puede ser leído con naturalidad en Nueva York”, mencionaba el escritor Oe Kenzaburo sobre Murakami. Su esencia japonesa se podría traducir a un rasgo más filosófico que formal.
Los narradores de Murakami siembran las semillas de lo que, para muchos críticos, encarna al movimiento Zenkyoto, que tuvo relevancia en el país a finales de los años 60. Los estudiantes que formaron el Zenkyoto dieron lugar a gran parte del imaginario que rodea al país hoy en día. Su filosofía nihilista reaccionó al acelerado imperialismo que convulsionó al país. Haruki Murakami pertenece a esa generación.
En su escritura no hay cabida para un mañana. Sus páginas dibujan un tiempo exhaustivo, eterno y sin salida. La identidad es confusa, está en deconstrucción y le arrebatan la certeza a su narrador. La magia es la forma de escapar a la melancolía y a la desesperanza de un presente sin futuro del que solo los libros son recuerdo.
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