Satoshi Kitamura y la ilustración como dispositivo

Satoshi Kitamura fue el protagonista de una entrevista en la que compartió sus perspectivas sobre ilustrar, escribir, pero sobre todo, crear.

Entre este juego de interrogantes concretas y respuestas que se vuelan por fuera de los límites de la pregunta, con gran ansia el público esperaba que el ilustrador japonés Satoshi Kitamura develara la sorpresa que tenía preparada. Satoshi, que recientemente publicó La tienda de sonrisas de la mano de Editorial Panamericana, es uno de los invitados de honor de esta versión de la Feria del Libro de Bogotá (FilBo).

Entonces, en un acto casi de magia, con luces apagadas y un dispositivo hecho a mano por él mismo, el autor deleitó con una obra llamada “The Cave”. Mediante un mecanismo en el que giraba un largo rollo de papel, pudimos ver cómo literalmente se desenvolvían sus ilustraciones en un viaje que permeaba la luz, la naturaleza y sobre todo la expectativa.

Siendo una sala considerablemente grande Satoshi se encargó de girar el aparato casi como en una coreografía para que todos los lados pudieran ver su obra. En cierto punto, hasta esa idea en la que no todos veíamos lo mismo al mismo tiempo hace parte del sentido de la ilustración de libros. En medio de estas interpretaciones que cada uno hacía de lo que alcanzaba a ver, surgían nuevas historias, incógnitas y, por supuesto, aplausos.

Escribir para ilustrar, ilustrar para interpretar

Durante la entrevista, Satoshi comentaba que su proceso de escritura –en el que formaba poesías o cuentos– se determinaba de manera natural. “Hay ideas que llegan a buen fin y otras que no” decía en palabras parafraseadas. Comentaba una anécdota en la que, con uno de sus colegas, David McKee, habían incluso empezado un juego creativo. Es de esta forma como, mediante correspondencia, complementaban las ideas del otro formando una historia completa. Así, leyendo los libros de Satoshi se observa la manera en la que habla de su labor, las palabras y los dibujos que brotan de él, formando una pareja que se vuelve casi indivisible.

Este acompañamiento del dibujo y la palabra lo podemos iluminar más justo ahora. David McKee, un autor e ilustrador inglés que falleció en el 2022, puede no sonar como una de las descripciones más concretas. Pero, qué pasa si a ese nombre le damos la imagen de Elmer, el elefante de cuadros de colores. Seguramente ahora estas dos informaciones se guardarán juntas, haciendo un espacio más significativo en nuestra mente. 

‘Elmer, el elefante a retazos’ de David McKee

Esta tarea del ilustrador no es entonces solamente relacionar palabras e imágenes para que el lector se sienta arraigado a ellas. Por encima de esto, y teniendo en cuenta ese carácter infantil que se le otorga muchas veces a obras ilustradas, la imagen se vuelve esa primera interpretación que tenemos de las palabras, una especie de propuesta para ejercitar nuestra imaginación y hacer que mentalmente creemos paisajes sobre lo que leemos. Las ilustraciones no solamente buscan un recuerdo, buscan poder conectar con el lector que, cada vez que lee, se vuelve también artista de la manera en la que interpreta.

Lee también: Sergio Cabrera: la estrategia detrás de un ícono del cine 

Interpretaciones por fuera de lo absoluto

Aunque suene un tanto arriesgado, tal vez ilustrar un libro tiene un rastro de rebeldía con la academia que establece interpretaciones y rechaza las opuestas. Desde libros de poesía hasta grandes novelas clásicas, cada imagen que nos hacemos guarda relación con una experiencia propia que teje caminos entre películas, otros libros, viajes y vivencias. Estos factores conforman nuevas formas de lectura con guiños y pistas que solo el lector puede argumentar desde su experiencia y que siempre deberían abrir camino para repensar lo establecido y aventurarse por nuevas imágenes que siempre permitan que la letra escrita no solo se vuelva leída, sino comentada.

Así, cuando leemos un libro que nos brinda estas propuestas gráficas estéticas, abrimos una invitación en la que el ilustrador nos da un empujón para ver qué podemos llegar a crear. Un ejercicio de creación que no exige pinceles, colores, computadores ni mucho menos palabras. Es permitirnos dejar volar la imaginación para poder ver imágenes entre las palabras en un ejercicio íntimo en el que vocaciones como la de Satoshi siguen creando invitaciones para que este ciclo no termine.

One comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *