Prometeo nos regala uno de los matrimonios más clásicos del arte: cuando la música y la literatura se encuentran, nos hacen soñar con mundos fantásticos.
Nunca he estado de acuerdo con la separación de las disciplinas. ¿Por qué un físico no puede ser también politólogo? ¿Por qué un historiador no puede ser también cineasta? En los puntos de encuentro es donde se halla la verdadera riqueza, el verdadero conocimiento sobre el mundo. Me llaman especialmente la atención, por ende, aquellos perfectos momentos donde se juntan dos o más disciplinas, incluso más si se trata, por supuesto, del mundo de las artes.
Hablemos de música y literatura. ¿Qué tienen en común? Lo tienen todo. En ambas hablamos de versos y estrofas, en ambas hablamos de ritmos y colores, ambas llegan a un rincón oculto de nuestra alma, más aún cuando van de la mano. Ellas, música y literatura, se pueden encontrar de muchas maneras diferentes. La literatura inspira a la música, pero la música también puede inspirar literatura; la literatura se puede trasladar a la música, pero la música también puede parecer literatura.
Tomemos el primer caso: la literatura inspira a la música. Un ejemplo muy concreto lo vemos en la obra del compositor posromántico Franz Liszt. Liszt tenía una fuerte predilección por llevar grandes obras literarias a su propio lenguaje musical. Es preciso nombrar su Sinfonía Fausto, sin duda inspirada en la obra de Goethe, pero me gustaría tratar con más precisión su grandiosa Sinfonía Dante.
Esta sinfonía, conocida bajo el rótulo S. 109, es una de estas grandes obras orquestales que nos pone la piel de gallina, que trasciende además tanto el lenguaje musical como el literario. Representa el descendimiento de Dante hasta los infiernos y, posteriormente, al purgatorio, a través de dos movimientos que llevan el mismo nombre (infierno y purgatorio, respectivamente). Es curiosa la falta del tercer movimiento de la sinfonía, que representaría el paraíso, pero existía la creencia de que ningún compositor, por grande que fuese, pudiese captar la grandiosidad del paraíso. Sin duda, los oyentes no podemos imaginar una obra más completa, con paraíso o sin él.
En las partituras de la sinfonía se ven notas al pie de página con pasajes de La Divina Comedia, como si el mismo Dante Alighieri indicara cómo ha de tocarse la pieza. El primer movimiento, el infierno, comienza con unos fuertes vientos de ambiente lúgubre, que simbolizan la entrada al infierno. Posteriormente, una melodía descendente nos invita a bajar junto con Dante. La melodía baja y baja y baja y acumula tensión, que no se libera sino casi hasta el final del movimiento. Sin duda, el oyente se siente tan perdido como Dante, en medio de una tonalidad oscura e incierta. El sonido, las melodías, las armonías, y la música en conjunto, nos llevan a una atmósfera densa y, a la vez, real.
La audiencia lo ha entendido, sin necesidad de palabras ni oraciones complejas, sino con su propio lenguaje. Las metáforas están a cargo de la música y las frases melódicas parecen que hubiesen sido escritas junto con el libro.
Pero la música va mucho más allá, y ella misma puede inspirar literatura. James Rhodes, famoso concertista de piano inglés, nos lo demostró con su primer libro Instrumental, una autobiografía desgarradora, sin duda. Rhodes nos demuestra, página tras página, que la música es la fuerza que lo ha impulsado a seguir adelante. El libro en su totalidad es una gran metáfora que gira en torno a otro compositor clásico, en este caso, Bach.
El libro es un poema para músicos. Cada capítulo se abre con una recomendación musical, que ha de ser escuchada simultáneamente con la lectura (suponiendo que el lector pueda hacer ambas cosas al mismo tiempo). Las recomendaciones son exquisitas: desde la Chacona de Bach, en su versión para piano de Busoni, hasta el segundo movimiento del Concierto para piano en sol mayor de Ravel, que nos ha cambiado la vida a más de uno. Las palabras describen una trágica historia, y la música cumple el propósito de conmover al lector hasta las lágrimas.
Rhodes nos enseñó que la música cambia y salva vidas. Me recuerda una famosa cita de David Fricke, editor de la revista The Rolling Stone: “la música cambia las personas y luego las personas cambian al mundo”.
Esta unión música/literatura sigue sorprendiéndonos y nos encontramos con personajes del calibre de Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura del 2016, siendo, nada más y nada menos, que un músico. Bob Dylan es la prueba de carne y hueso de que esta unión artística trae los más hermosos resultados posibles.
Pero hay un personaje que me llama aún más la atención que el mismo Bob Dylan. Se trata del compositor y poeta brasilero Chico Buarque. Es mayormente conocido como músico, y cuál fue mi sorpresa al encontrarme un día una antología poética de su autoría. Su canción Construcción –Construçao– es la cúspide de la unión entre literatura y música, pues lo que hace Buarque al unir las dos es, literalmente, una construcción hermosa y complejísima.
En primer lugar, la letra. Se trata de un poema de oraciones sencillas que se repite tres veces a lo largo de la canción. Sin embargo, cada vuelta cambia una única palabra al final de cada frase, hasta obtener una historia tergiversada y compleja, llena de denuncia social y de alucinaciones imposibles. En segundo lugar, la música. La canción comienza con una guitarra melodiosa, acompañada por la voz. Rápidamente, un sencillo grupo de percusión brasilera se les une, y los tres (guitarra, voz y percusión) acompañan unas cuantas estrofas del poema. Luego, cuando ya parece que no aparecerá nada más, se une una percusión más compleja. Y entonces, llegan las cuerdas, con violonchelos y violines, haciendo otras melodías y dando otros colores. Y, por último, los vientos y los coros, en una apoteosis de sensaciones, que ponen los pelos de punta. Así, la construcción completa, va creciendo y creciendo de manera desordenada hasta el gran clímax, el éxtasis antes del colapso, donde se extingue la letra y la música sigue por su rumbo, en un caos de sonido.
Música y literatura es la conjunción perfecta de dos mundos y dos lenguajes, siempre complementarios. Ambos, permiten tal grado de expresión y emoción que llevan a los ávidos lectores y melómanos a volar lejos, a cerrar los ojos y a saborear el más puro disfrute de los sentidos. ¿Se puede pensar en una combinación más perfecta?
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