Bienvenidos a la era del Antropoceno. Ya hablar de Holoceno se ha pasado de moda. O tal vez es que ya hemos superado esa etapa.
Para los que están perdidos, les podemos dar una pista. El Holoceno es la era geológica –la edad de la Tierra, para ponerlo en términos más claros– en la que el planeta ha vivido los últimos catorce mil años, aproximadamente. Cada era geológica se marca según unas características específicas, y las del Holoceno son unas temperaturas suaves y un aumento del nivel del mar ante el derretimiento de los casquetes polares. Estos rasgos distintivos permitieron, entre otros, el desarrollo de la agricultura y la ganadería en los humanos.
Pues bien, volviendo a nuestro punto, el Holoceno ha llegado a su fin. Para algunos expertos, ya hemos entrado a una nueva era: el Antropoceno. Debemos pararnos a pensar: si el Holoceno estuvo marcado por unas características que nos permitieron en su momento desarrollarnos como especie, ¿qué puede pasar en un cambio de era geológica? Nada bueno, al parecer.
La era del Antropoceno
El Antropoceno, más que estar marcado por unas diferencias en el clima y la vegetación, está acotado por la acción humana –recordemos que antro es un prefijo griego que significa «hombre»–. Así, decimos que vivimos en el Antropoceno porque vivimos en un mundo completamente formado por el humano, a su imagen y semejanza.
Esto no es particularmente positivo. La acción humana sobre el planeta ha impulsado cambios ambientales que lo han dejado prácticamente irreconocible. Aumento de la temperatura global a causa de los gases de efecto invernadero, como el CO2, que absorbe la energía y conversa el calor más de lo que debería; la pérdida de biodiversidad; la salinización del agua del mundo, entre otros. Gracias a nuestras acciones, el planeta está cambiando a ritmos acelerados y, dentro de unos años, es posible que lleguemos al punto de no retorno. No sabemos qué pasará luego de que se pierdan algunos organismos, o que aumente el nivel del mar o que la Amazonía desaparezca, pero todos suponen que no será bueno.
Por eso, debemos cuidar el planeta. Porque es el único que tenemos. Es el único que nos da vida, que nos da felicidad y que es una casa para nosotros. Este será el hogar de nuestros hijos en el futuro, y no podemos rendirnos con él ahora. Es el único que puede sostener nuestro estilo de vida y darnos todo lo que conocemos: política, economía, estabilidad, familia, cultura, entre muchos otros. Bruno Latour, filósofo, ya hablaba de la pérdida de nuestro mundo en sus libros más incipientes. Decía que la posible pérdida de nuestro planeta nos daba más miedo por la posibilidad de volver a un estado natural fisiológico, y perder nuestra cultura y nuestra humanidad, que por la pérdida en sí. Tal vez el filósofo tenga algo de razón.
La importancia del Amazonas
Ahora, sabemos que tenemos que cuidar algunos lugares específicos del planeta, considerados importantes para salvaguardar la salud de nuestro hogar. El caso más claro de este proyecto es la Amazonía, conocida como el pulmón del mundo, ya que entra la misma cantidad de dióxido de carbono de la que sale, es decir, está en perfecto balance. Se encuentra en la parte nororiental del continente sudamericano y cubre ocho países. Es una zona de siete millones de kilómetros cuadrados, todos cubiertos de bosque, plantas y animales y con el río más caudaloso del mundo. La vegetación es densa y exuberante y es hogar de miles de plantas, aves, anfibios e insectos, muchos de estos sin clasificar.
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La Amazonía se ha visto en peligro en los últimos años. Las temporadas de sequía son más largas y abundantes ahora que antes y la deforestación es la acción que más destruye a este ecosistema. Entre el 2019 y el 2023, con la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil, hubo un aumento del 84% en incendios en la región amazónica, perdiéndose parte importante de la selva. Según la Deutsche Welle –DW–, cada vez estamos más cerca del punto de inflexión en la pérdida del recubrimiento vegetal de la selva amazónica, acercándonos precipitadamente a la pérdida del 25% de la cubierta forestal.
Ante esta situación crítica, las alarmas internacionales se han disparado, y cada vez más naciones del mundo están conscientes de la necesidad de proteger la selva amazónica. Por ejemplo, el actual presidente de Colombia, Gustavo Petro, propone un tratado internacional con el fin de crear un Tribunal de Justicia Ambiental para proteger a la Amazonía. También propone “la creación de un centro común científico de investigación sobre la selva para pensarla y analizarla”.
El Proyecto Guacamaya
Un ejemplo de estos centros de investigación científica con el fin de proteger el Amazonas es el Proyecto Guacamaya. Hecho a varias manos, con la colaboración del Instituto Alexander von Humboldt, para la investigación de recursos biológicos; el Instituto SINCHI, Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas; la Universidad de los Andes y Microsoft, proponen la utilización de Inteligencia Artificial (IA), para la preservación de la diversidad amazónica.
El proyecto parte de la necesidad de cuidar la Amazonía, pero no tener suficientes manos y recursos para hacerlo. Recorrer los siete millones de kilómetros cuadrados, para unos simples mortales, puede ser una tarea titánica. Así, se propone usar una IA, dotada por Microsoft, para, según el comunicado de prensa del proyecto, “complementar a los rigurosos ejercicios científicos y el conocimiento tradicional”. Los principales núcleos de estudio son el uso de imágenes satelitales, la grabación bioacústica de los sonidos de la selva y el uso de cámaras trampa para captar imágenes de la fauna. El uso de la IA puede reducir los tiempos de trabajo, así como “fuente valiosa de información para lograr un monitoreo permanente de la biodiversidad, identificar amenazas, generar información para formular políticas públicas, apoyar proyectos de producción sostenible y compartir el conocimiento con diversos actores locales”, según lo comunicó el proyecto mismo.
El proyecto fue inaugurado el pasado miércoles 6 de septiembre, y promete ser una herramienta abierta, para ser utilizada por cualquier centro de investigación del mundo, y así construir una red de información y colaborativa para todos los entusiastas del mundo. Tal vez, en el futuro, estos mismos algoritmos puedan ser utilizados para la preservación y conservación de otros ecosistemas del mundo.
Así, vemos que el Antropoceno ha sido fatal para la salud, no solo del planeta sino de la especie humana en sí. Si seguimos los mismos pasos, no habrá ni siquiera un futuro para salvar. Nos estamos matando a nosotros mismos. Sin embargo, más que ser autodestructivos, también tenemos el poder de cambiar el mundo utilizando nuestro ingenio y toda la tecnología a nuestra disposición. Habrá que seguir muy de cerca el Proyecto Guacamaya para estar pendientes de su progreso, y confiar en que estas pequeñas iniciativas sean un paso en la dirección correcta.