¿Has experimentado miedo a la pérdida? No estás solo. Prometeo te lleva a un viaje a través de los sentimientos de la ausencia y la pérdida.
En el preludio de su libro Subject to Death: Life and Loss in a Buddhist World, que podríamos traducir como “sujeto a la muerte: vida y pérdida en un mundo budista”, Robert Desjarlais, el autor, relata una sencilla historia de cómo un bebé de apenas dos años entiende, por primera vez, la ausencia de un algo en su vida. Suena duro y difícil en un primer momento, pero realmente la historia es tranquila y conmovedora. La madre del niño simplemente había abandonado la habitación en la que se encontraban para buscar algo en la cocina, pero el niño no había visto cuando ella se fue. Un tío suyo, a manera de broma, comienza a preguntarle a dónde había ido su madre, hasta que el niño se da cuenta de la ausencia palpable de su progenitora y lo invade una angustia imposible de controlar.
Cuando leí el extracto, una angustia incontrolable también me invadió a mí. Comencé a preguntarme sobre el momento exacto en el que entendí que, un día, las personas que tenía conmigo ya no iban a estar más ahí –momento que recuerdo con exactitud, pero será una historia para otro momento–. No solo comencé a pensar en el pasado, sino en el futuro. Tiene sentido que haya experimentado tal sentimiento –la angustia–. Recordemos que el filósofo danés Kierkegaard en El concepto de la angustia decía que esta tiene un origen temporal, ya que te permite pensar en tí mismo y en tus sentimientos al ponerte en una situación hipotética, sin tiempo; contrario a la pena, que habita en el presente y no es autorreflexiva. La angustia es reflexión, por lo que me pregunté qué pasaría cuando las personas que tenía ahora conmigo, simplemente, no las tuviera más. No estoy hablando necesariamente de la muerte, tema fatídico en nuestra sociedad occidental, sino cuando, llanamente, se hubiesen ido. De viaje, temporalmente, o sencillamente que nos distanciáramos. Y ahí llegó la verdadera angustia. ¿Cómo podía tenerle tanto miedo a una pérdida o ausencia que ni siquiera había comenzado a experimentar?
Me di cuenta entonces de que existe un miedo adelantado a la ausencia y el simple pensamiento de esa pérdida era suficiente para poner los pelos de punta y llenar los ojos de lágrimas. Entendí, también, que estamos rodeados de estos momentos de pérdida inminente.
La ausencia nos persigue. Marca nuestra vida social, nuestras acciones, la manera en la que entendemos el mundo. Pero eso es algo que ya todos sabemos. De lo que casi no se habla es que el miedo a la ausencia puede sacudir nuestra realidad tan fuerte como la ausencia en sí. El miedo a la ausencia adelantada, a todas las que no han llegado, pero que de alguna manera van a llegar –o no–, también marca nuestra vida social, guía nuestro comportamiento, cambian la manera en la que entendemos el mundo. Y en el momento en que comenzamos a pensar en todas estas posibles ausencias, el momento en el que nos damos cuenta de ese vacío, mueve los cimientos de nuestra vida.
¿Qué es la ausencia?
Hay múltiples maneras en que se puede entender este concepto. La ausencia no es solo la muerte, no es solo algo que ya no está. Va más allá y es tan compleja que imposibilita totalmente el encontrar una única definición de ella. Para algunos está muy presente en su vida, habita en el presente, nos rodea. Para otros, se comprende como una pérdida, llena de melancolía y nostalgia. Algo curioso de la pérdida es que, dicotómicamente, siempre está presente. Este tipo de ausencia no es algo que se pierde, no es algo que se olvida, por el contrario, es algo que permanece, atascado en lo profundo de las personas, en una historia pasada, pero que aún duele y casi que respira. Es esa la que carga la mayoría de las personas y a la que todos temen.
La ausencia se puede entender también como un lugar. Este lugar se construye a partir de la proyección externa de los sentimientos internos, de la ‘puesta en escena’ de las subjetividades de las que somos víctimas todos los individuos. Nuestros sentimientos son capaces de muchas cosas, incluso de construir espacios, y al mismo tiempo, nos vemos capaces de ser interpelados por ellos. Por otro lado, puede que la ausencia final –o primera, depende de cómo se mire– sea la de uno mismo. Cuando somos conscientes de nuestra capacidad o posibilidad de dejar el mundo, es que somos conscientes de la pérdida y tenemos miedo de ella. Y ese momento puede marcar toda nuestra vida de ahí a futuro. Podría casi decirse que, para sentir ausencias, o tener miedo de ellas, hace falta un poco de humanidad y de reconocimiento de la posibilidad de la propia falta. La ausencia viene de un lugar completamente subjetivo.
La subjetividad de la ausencia
Cuando formamos palabras de cara a una pérdida devastadora, cantamos
Lisa Stevenson
Permea también lugares extremadamente subjetivos como lo son los cantos. El canto acompaña en la soledad y acude cuando las palabras fallan. Como dice Lisa Stevenson, antropóloga: “cuando formamos palabras de cara a una pérdida devastadora, cantamos”. Se puede entender que las canciones no son conscientes, vienen de una parte mucho más visceral de nosotros mismos. Las canciones nos llegan, y con frecuencia repercuten en nuestro interior. Son decenas de cantantes los que han entonado himnos a la ausencia, a la pérdida o a la soledad. Solo por citar algunos, podemos hablar de Cesaria Évora con su canción Ausencia o de César Mora con su himno a su propia muerte: Canela. Pero vale la pena mencionar aquí a tantos otros compositores clásicos y académicos que han dedicado su obra a escribir misas de difuntos, como los célebres requiems de Mozart o Verdi. Estos compositores cantan a la muerte y a la pérdida, a veces propia –como el caso de Mozart, quien escribe el réquiem a su propia muerte– a veces simplemente como ejercicio o dedicatoria a otros. Para cerrar los cantos a la pérdida, nombraremos a las cantaoras –cantadoras– del pacífico colombiano, del departamento del Chocó, que cantan gualíes y alabaos en momentos de fallecimientos. Los gualíes son cantos especiales para la muerte de los niños. En principio, lo que hacen las contaoras es despedirse del alma de los difuntos y en sus canciones se puede escuchar el dolor y el llanto de sus voces. Si lo que busca el lector es conmoverse, lo invitamos a buscar un poco de estos llantos.
A veces, el miedo a la ausencia es motor suficiente para tomar acción. Podríamos incluso hablar de ausencia como motor social. La sociedad con frecuencia se ve unida en consecuencia con situaciones de pérdida. Los entierros o los velorios, ayudar a un amigo a buscar un objeto perdido, acompañar a una persona en su soledad… Nos unimos en torno a la ausencia, o podría ser, nos unimos para vencerla.
La ausencia en occidente
Sin embargo, algo curioso pasa cuando se ponen estos temas sobre la mesa. Parece que nadie quisiera hablar de estos miedos, o de estas sensaciones, y permanecen por largos ratos, con frecuencia toda la vida, metidos en un cajón. Las personas no admiten su miedo, sino que lo argumentan e intentan, con todas sus fuerzas, encontrar una manera en que estas ausencias no duelan tanto. Son con frecuencia temas tabú. Por un lado, la sociedad occidental está acostumbrada a ver las ausencias, en especial la muerte, de manera completamente negativa. Todos los ritos, sentimientos y dichos sobre la muerte y la pérdida están cargados negativamente. Tal vez, por esta razón, incluso hablar de ausencia es problemático y casi tabú en occidente. Por otro lado, hace falta valentía para aceptar que tenemos miedo a cosas que no han llegado. Hay que tener valentía para aceptar que simplemente tememos a algo.
Entonces, ¿hasta qué punto la ausencia marca o no la vida social y personal de los individuos? Supongo que la respuesta depende de cada uno de nosotros y la manera en la que nos acercamos a estos aspectos de la vida. Hay personas que dejan que el miedo a la ausencia cambie la manera en que se relacionan con otros y con ellos mismos. Hay quienes pueden vivir su vida entera sin cuestionarse nunca acerca de la ausencia y la pérdida. Ninguna de las dos opciones de vivir es buena ni mala. Son, de hecho, maneras subjetivas de ver el mundo. Y si por alguna razón, querido lector, usted es de los que sufre de un miedo adelantado a la ausencia, que sepa que no está solo en este mundo.
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