El vallenato encarna la tradición musical colombiana. Entre el mestizaje, la leyenda y el legado, este género se ha transformado en emblema cultural del país.
El Caribe le dio a Colombia uno de los más grandes regalos de su escena musical. El vallenato hace parte del imaginario de la región y el desarrollo del género se ha dado a partir de una simbiosis entre el ritmo y el proyecto identitario que fue, poco a poco, formando a la costa Caribe. Acuñó desde el inicio un culto a su tierra que se dio, en gran parte, gracias a la amalgama de sonidos que convergieron en su creación. El género se enraizó con la historia del Caribe colombiano, conceptualizó parte del folclor regional y es testigo vivo del mestizaje en la zona. Prometeo le trae cuatro canciones a propósito de su historia y legado cultural.
“La creciente del Cesar” – El acordeón y el mestizaje
El origen del vallenato está, al igual que el género, colmado de mitos. Lo que está claro es que es fruto de la multiculturalidad y el mestizaje. Se estima que a mediados del siglo XIX el acordeón llegó a Colombia por el Caribe. Entre las hipótesis sobre su llegada, se piensa que pudo darse por medio de buques alemanes que arribaban a La Guajira. El instrumento pasó de acompañar polkas a ser aliado del vallenato. Su encuentro con la caja –de origen africano– y la guacharaca –cuyo origen se debate entre africano e indígena– fue definitivo para la música del país.
Al ritmo de acordeón, el vallenato desarrolló sus cuatro aires característicos: el son, la puya, el paseo y el merengue. La velocidad, la temática y el ritmo marcan la diferencia entre el lamento del son, y el virtuosismo de la puya que, sin embargo, no deja de lado a las teclas del instrumento. La influencia de la cumbia es primordial para el género. La cumbia es madre del vallenato. “De [la cumbia] nacieron todos los demás, cada ritmo del Caribe colombiano: el porro, el bullerengue, el chandé, el paseo, la puya, y por supuesto, el vallenato” (333), afirma Wade Davis en su libro Magdalena. Y si la orilla del río Magdalena fue determinante para la cumbia, la del Cesar fue imprescindible para el vallenato. “El río es música y la música es el río”, (334) reitera Davis.
“Pedazo de acordeón” – Juglares y leyendas vallenatas
Los juglares del vallenato encarnan la leyenda del género. Su figura mezcla la composición y el canto con la interpretación del acordeón. De la mano de la multiculturalidad, se convirtieron en artífices del proceso expansivo de la música en el Caribe. Con el acordeón en mano, la figura del juglar fue crucial en el proceso de establecimiento del vallenato. La oralidad que se le asocia y su peregrinaje por el Caribe constituyeron los cimientos de la diáspora que, a día de hoy, se sigue cosechando. Su carácter transgeneracional asentó las bases que dieron paso a la fundación del Festival de la Leyenda Vallenata, que nació como proyecto de conservación del género gracias a la iniciativa de Consuelo Araújo –política y gestora cultural–, el entonces presidente Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona.
En torno a ellos se encuentran gran parte de las memorias fundacionales e identitarias del género. Figuras como Francisco, el hombre –cuya leyenda dice que venció al diablo con su acordeón y acuñado también por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad–, Alejo Durán, Lorenzo Morales y Calixto Ochoa forman parte del canon vallenato que los ha inmortalizado como trotamundos del género.
“Usted, señor presidente” – Himno de reivindicación y testimonio de injusticia
El folclor del vallenato prontamente se convirtió en un aliado para la protesta social y política en la costa atlántica. La música como protesta refugiaba a los ideales que, durante las décadas de los 60 y 70, acompañaban a la clase trabajadora de la región. Las aspiraciones económicas de la época ubicaban a la exportación de los productos locales como la clave para la inserción del país en el entorno del mercado global y la oleada agrícola, la violencia laboral y la consolidación de productos como el tabaco y el algodón contribuyeron al descontento que se extendió hasta el vallenato. Con las voces de Máximo Jiménez, Santander Durán –cantante de “Las bananeras”– y Armando Zabaleta –intérprete de “La reforma agraria”–, el vallenato se transformó en testimonio de la injusticia y en expresión combativa del caribe.
Las composiciones generaron descontento en las clases dirigentes y, de acuerdo con una entrevista a Jiménez, la represión se dio a través de la censura a campesinos que lo escuchaban y de su reclusión por 14 días. Las voces del vallenato protesta se convirtieron en representantes de los desterrados; cantaban para denunciar abusos, la pobreza, la exclusión y la desigualdad.
“La casa en el aire” – Difusión y legado
Sus orígenes populares, su carácter mestizo y la aseveración del vallenato como música ‘corroncha’ o rústica por parte de las élites caribes generaron su estigmatización. La aparición de Rafael Escalona en la escena vallenata fue definitiva para romper los prejuicios ligados a la música. Escalona fue el primer cantante vallenato en interpretar el género en el Palacio de Nariño bajo la presidencia de Guillermo León Valencia. Posteriormente, colaboró en la fundación del Festival de la Leyenda Vallenata y, tras su muerte, su música fue declarada Patrimonio Cultural y Artístico de la República.
Al igual que Escalona, Alfredo Gutiérrez y Leandro Díaz cambiaron el paradigma del cantante vallenato. El rol de los intérpretes estableció una relación entre distintas esferas públicas, sacaron su música de Valledupar y fueron precursores de la expansión que tuvo. El legado del vallenato se vive hoy a través de la nueva ola, de la fusión con otros ritmos y del reconocimiento que recibió el género en 2015 como Patrimonio Inmaterial de la UNESCO.
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