¡En Pompeya también había graffitis!

Con motivo del reciente descubrimiento de un fresco que retrata una pizza en cierta ciudad italiana, Prometeo recuerda la importancia de los famosos graffitis de Pompeya: un mundo escandaloso y al tiempo maravilloso, que nos lleva de la mano por esta mítica ciudad.

En Pompeya haban graffitis

Pompeya, aún veintiocho siglos después de su fundación, sigue siendo una de las ciudades más influyentes y visitadas de todo el mundo. Según cifras oficiales, la ciudad italiana recibe en la actualidad más de dos millones y medio de visitantes al año, solo sobrepasada por Roma en este país. Esto no solo debido a su evidente antigüedad –aún si no se conoce a ciencia cierta su fecha de fundación, se calcula que es del siglo XVIII o XVII a.C.–, sino debido también a uno de los hitos históricos que ha marcado tanto el mundo moderno, como los tiempos cercanos a Cristo. 

Pompeya vio, en el siglo I de nuestra era, cómo el volcán junto al cual se asentaba hacía erupción devorando todo a su paso. Nosotros como colombianos podemos llegar a imaginar en carne propia el terror que se sintió en ese momento. Después de todo, el volcán Nevado del Ruíz hizo erupción en el año 1985, llevando consigo un pueblo entero. Aún así, la erupción en Pompeya no vive solo en el recuerdo de un único pueblo, sino que podríamos decir que hace parte de la historia cultural de todo el mundo.  

En el año 79 d.C., el 24 de agosto –o 24 de octubre, según recientes investigaciones– la ciudad quedó enterrada bajo metros de cenizas y escombros, contando con más de 5.000 víctimas. Hoy en día debemos a esta tragedia natural y social los cuantiosos hallazgos arqueológicos de esta urbe casi intacta. Se han encontrado cuerpos enteros, carbonizados, sombras en las paredes y los suelos de aquellos seres calcinados, edificios casi completos, frescos y murales. Sin embargo, lo que más llama la atención de estos restos han sido las casi 10.000 inscripciones en las paredes de la ciudad, pedazos de lo que hoy llamaríamos graffitis. 

Estos murales abarcan todo tipo de temas: desde precios de productos y propaganda política, hasta confesiones amorosas y escenas de fuerte contenido erótico. Un poco de todo, como una escena surrealista llena de animales, colores y, por supuesto, sueños lascivos. Estos graffitis no solo nos dan una mirada de los tiempos antes y durante Cristo, sino que, gracias a ellos, se ha podido reconstruir la lengua latina de las calles, la que se usaba todos los días. También se han hallado pequeños retazos de palabras que se usaban para referirse a actos o personajes que participaban del elevado mundo sexual de la ciudad. De esta forma, se han usado para hacer una reconstrucción cultural de cómo vivía este pueblo. 

Otro aspecto que se ha podido rescatar de los murales de la ciudad es la amplia discusión sobre el uso del espacio público y el privado. Hoy en día, los graffitis siguen siendo un tema tabú. Son aceptados únicamente en ciertas zonas de la ciudad. En Bogotá, capital graffitera de Colombia, no es raro verlos en las calles, en algunas avenidas concurridas como la 26 y apostamos a que a ninguno de los lectores le cuesta imaginar los barrios populares de la ciudad cubiertos de este tipo de contenido. Sin embargo, si los graffitis se encuentran en las estaciones de Transmilenio, en edificios públicos o incluso en universidades privadas –como el reciente caso de los graffitis que dejó la marcha feminista en la Universidad de los Andes–  su percepción social cambia. 

Famoso graffiti en Bogotá “El beso de los invisibles”. Tomado de vertigograffiti

Los graffitis habitan un espacio liminal entre la vida pública y la privada. Están pero no están. Son aceptados pero no lo son. Y aún más, son aceptados bajo parámetros muy definidos. Si son dibujos coloridos, hermosos y llamativos, no hay ningún problema. De la misma manera, si son mensajes de denuncia social, la mayoría de bogotanos puede pasarlos por alto. No quiero imaginarme qué sucedería si un día nos encontráramos un mensaje como el que nos podemos encontrar en Pompeya; con un alto contenido erótico y fuera de lugar. ¡Qué escándalo se armaría! Ese día, seguramente, la mayoría de nosotros nos daríamos cuenta de que no estamos preparados para el mundo de los graffitis pompeyanos. 

En la ciudad latina, estos límites entre lo público y lo privado no estaban tan definidos. Lo público era privado y viceversa. Y, al parecer, les iba bien. Esto se dio porque la aparición de espacios privados, tal como los concebimos hoy en día, es un proceso que comenzó en siglo XVIII y continuó hasta bien entrado el siglo XIX. En Pompeya estos debates no habían comenzado a darse. Es hasta hoy en día que esta división tan tajante vuelve a romperse con la aparición de lugares como los centros comerciales, aún en este limbo entre público y privado –público para unos pero privado para otros–, y aún más con los espacios virtuales o intangibles como las redes sociales. Aquellas que en principio son públicas, vemos que siguen reglas de espacios privados, con un alto nivel de censura y con reglas sociales muy bien establecidas. Las redes sociales aún no han llegado a los niveles de Pompeya. 

Regresando a los graffitis de Pompeya, todavía queda por exponer algunos de los contenidos que se pueden encontrar en esta ciudad. Podemos encontrar el cuadro más antiguo de un hombre realizando prácticas orales a una mujer. Además, podemos rescatar una inscripción en especial, encontrada en el burdel de Innulus y Papilio, que reza: “Llorad, chicas. Mi pene ha renunciado a vosotras. Ahora perfora el trasero de los hombres. Adiós, maravillosa feminidad”. No solo era común encontrar mensajes eróticos, sino que además éstos normalizaban las prácticas homosexuales. Esto, por supuesto, no es ninguna sorpresa. Es bien sabido que en la antigua Grecia y Roma, la homosexualidad no eran tan castigada como posteriormente en los primeros siglos de la era cristiana. 

“El 17 de octubre dio rienda suelta a su hambre hasta la saciedad”. Tomado de El país, 23 de octubre del 2018.

Llama la atención, además, que estas inscripciones se encontraran tan fácilmente en la calle y, por supuesto, que hubiera tantas de ellas. Esto habla enormemente bien del nivel de escolaridad del pueblo latino, ya que significaba que un alto grado de la población, por no decir que toda, era alfabetizada. Poner estas cifras tan altas en comparación con cifras de la Edad Media, donde solo un 20% de la población era capaz de leer y escribir, realmente resulta sorprendente. Y es aquí donde nos preguntamos si estos graffitis nos deben parecer motivo de escándalo o, por el contrario, maravillarnos por todos sus usos y significados. 

Así, solo podemos decir, en conclusión, que aún tenemos mucho que aprender de los antiguos romanos, no sólo en materia de cultura antigua y lenguas clásicas, sino en cómo veían sus ciudades como un gran lienzo colectivo, donde cualquiera podía intervenir y el espacio público era un gran espacio de reunión. Donde el arte le pertenecía a todos y no había segregación de unos y otros y donde, finalmente, todos tenían acceso a una educación que les permitía, cuando mucho, leer libremente los avisos de las calles. Entonces, incluso hoy en día sus logros nos parecen tan magníficos, que ni la ceniza ni la lava lograron borrar su grandeza.

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