Tal vez la nota más personal de Prometeo, alrededor del porte del pelo rizado y la importancia de la ley francesa contra la discriminación capilar.
El pasado jueves 28 de marzo, Francia se convirtió en el primer país que votó por instaurar una ley contra la discriminación capilar. A pesar de que fue una votación mayoritaria en el Senado -44 votos a favor y solo 2 en contra-, ha desatado toda clase de debates y comentarios negativos en las redes sociales de todo el mundo.
Hacer un análisis desde la sociedad y la cultura resulta necesario en este punto. No se trata solo de un debate político, no se trata de que “ahora no se les puede decir nada”, como comenta un usuario en Instagram al momento de publicar la noticia. Se trata de una discriminación que lleva ocurriendo de manera silenciosa desde el inicio de la historia, y que es reflejo, entre otras, de una de las peores discriminaciones que ha afectado el mundo: la discriminación racial.
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Aún si la ley francesa prevé todo tipo de discriminaciones capilares -por color y forma, por ausencia y presencia, por estilos y gustos-, con solo pensar en la discriminación a los cabellos crespos -o rulos, churcos, rizados, como el lector quiera llamarlos- ya hay tela por cortar. Los invitamos a un corto, pero profundo viaje por la cultura del pelo crespo.
Historia de una discriminación
Resulta que la ley francesa, en cierta medida, responde a discriminaciones muy reales y precisas que tuvieron lugar en el pasado. Hay fuentes que afirman que los traficantes de esclavos africanos rapaban el cabello de sus esclavos para deshacerse de los rizos.
Otro ejemplo, dado un poco más tarde en el tiempo, es la ley Tignon. Esta ley, promulgada en 1786 en Luisiana, en aquel momento parte de la corona francesa, obligaba a las mujeres negras a usar una especie de prenda para cubrir la cabeza, llamada tignon, y así cubrir su pelo crespo. También les prohibía usar cualquier tipo de cinta o joyería en la cabeza, ya que lo consideraba muy lujoso para su estatus.
Un último ejemplo se da en la Sudáfrica del Apartheid en el siglo XX. Se llama la “prueba de los lápices” y servía para identificar qué niños eran “lo suficientemente blancos” como para recibir educación escolar y cuáles no lo eran. La prueba era sencilla: se ponían lápices en el cabello de los niños y niñas. Si estos se caían, era porque la persona era blanca. Si se enredaba entre el cabello afro, los alumnos eran considerados completamente negros y no podían recibir una educación de igual calidad que su contraparte blanca.
Luchando por reconocimiento
Avanzando hasta el siglo XXI, vemos que la discriminación capilar no se ha quedado en el pasado. A partir de la promulgación de la ley, miles y miles de testimonios se han reunido en todo el mundo para compartir las historias de discriminación que han vivido.
Una de las famosas es la dada por Kenza Bel Kenadil, una de las lideresas en el movimiento contra la discriminación capilar. Kenza es una influencer que usa sus redes sociales para luchar contra la discriminación y enseñar a otras mujeres a amar sus rizos y llevarlos con orgullosa. Kenza cuenta historias en donde ha perdido trabajos por lo “impresentable” de su pelo. Incluso, le han pedido que lleve su pelo de otra manera por considerarlo sucio y poco profesional. Esto atenta directamente contra sus características físicas y su personalidad.
Otros casos se han popularizado en redes. La actriz Kat Graham, conocida por aparecer en programas como The Vampire Diaries, interpretando el papel de Bonnie, también ha usado sus redes sociales para hacer un llamado de atención a la industria del espectáculo. A Hollywood no le gusta el pelo afro, y Graham fue sometida a alisados constantes e incluso al uso de pelucas por los años que duró la producción de la ya nombrada serie. Graham sueña con, algún día, poder interpretar un personaje que sí se parezca a ella, que tenga su cabello y su herencia afro.
Kenza y Kat no luchan sólo por la belleza y el cabello. Ellas luchan por conservar su identidad y su historia. Esto va más allá de la belleza. Esta lucha es por el reconocimiento de una identidad y una herencia que han sido silenciadas por siglos. Es una lucha por acabar por una discriminación que no solo es estética, sino es humana. La historia de la humanidad nos ha enseñado que los pelos rizados son sucios, feos, y hay que esconderlos. Y es algo por lo que todas las crespas -el equipo de Prometeo incluido- hemos pasado. Pero hay mucho más que ver en el fondo.
Recuperando identidad
A lo mejor, en el fondo, la discriminación sí tiene un propósito más allá de lo estético. En épocas coloniales, los esclavos afro usaban las trenzas de su cabello, muy características por ser pegadas a la cabeza, como mapas de sus pueblos. Aún al otro lado del océano, después del gran éxodo violento del pueblo africano a América, las personas afro seguían usando sus trenzas como mapas, como rutas de navegación para volver a sus sitios originarios.
Las trenzas, que ahora están tan de moda, cuentan una historia y una tradición. Cuentan una historia de desarraigo, cultivada a lo largo de generaciones. Por eso, concientizar la lucha contra la discriminación capilar es tan importante. No se lucha por una estética, se lucha por preservar una tradición y una historia silenciada desde la cuna.
Algunos colectivos han comenzado a visibilizar esta lucha por medio del arte, redes sociales o la música. Podemos rescatar el trabajo de músicos como Robe L Ninho, un artista cubano que invita a portar el cabello afro con orgullo y no alisarlo por presión de la sociedad. También artistas colombianos como Kombilesa Mi, agrupación del palenque de San Basilio, rescatan en su canción Los Peinados toda la tradición de trenzas que tiene lugar en su pueblo.
Hay que luchar por un mundo en donde las niñas no lloren todos los días por ser crespas. Hay que luchar por un mundo donde cualquiera, sin importar si es rizado, negro o pelirrojo pueda encontrar un trabajo y resultar presentable ante la sociedad. Hay que luchar por un mundo donde los crespos se normalicen y todos los portemos con orgullo.
Los saluda, con orgullo, una crespa más en el mundo.