El oído de Lina Rodríguez

Para cerrar este especial del mes de la mujer, la cineasta Lina Rodríguez es el tema perfecto para dejarnos esa sensación de que el arte, como muchos otros campos, necesita de más voces que, como Lina, den humanidad y perspectiva.

Lina Rodríguez nació en Colombia, estudió cine en Canadá y su ojo de cineasta en el largometraje Mis dos voces se inscribe justamente en esas zonas intermedias entre diferentes registros como espacio de creación. En la definición más vaga y controversial que podría crear, diría que Mis dos Voces es como si los documentales de los domingos  a las 9 de la noche en canales nacionales le hubieran hecho el amor a las pinturas de flores de Van Gogh. Y esto no puede tener otra autora que no sea Lina Rodríguez. 

Una cineasta (porque llamarla directora queda corto cuando se piensa en esta obra) en el trabajo de pensar la investigación, las imágenes y el sonido desde una nueva dinámica. Hay una nueva corriente en estas imágenes que deja de lado el minimalismo para darle un espacio lleno de valor a los objetos como herramientas para contar historias. Son las pulseras, la cocina, el bus escolar y las voces de Claudia, Marinela y Ana, protagonistas de la obra, las que configuran un nuevo sentido de los discursos a través de un registro que no requiere un rostro. Este largometraje es una exaltación de lo infraordinario, y de la manera de apreciar los elementos como muestras del tiempo y motivos para el recuerdo.

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¿Quiénes son las dos voces?

Desde el título de la cinta, se presenta ese primer misterio, esa necesidad como espectadores de poder predecir lo que va a suceder y hacer uso de un poder imaginario para estar dos pasos en el futuro y comprender la película. Sin embargo, Lina Rodríguez nos invita a un hogar, un hogar ajeno en el que como visita, ante todo, se nos exigen modales. Y este misterio del título lo guardamos en el bolsillo para que solo al terminar la noche y volver a casa volvamos a pensar en él. 


En este espacio de retroalimentación, la conclusión es que las dos voces no son las dicotomías a las que estamos acostumbrados. No son opuestos que debaten por la razón, ni un juego entre conciencia y palabras dichas. Mis dos voces habla de una separación necesaria para valorar ese extrañamiento que evitamos darle a lo cotidiano. Lo cotidiano de la voz, del rostro, de las cosas, las rutinas y hasta del dolor. El fragmentarse en cada una de estas facetas, e incluso en muchas más, nos ayuda a volver a unirnos de maneras impensadas. Lina, por ejemplo, combina la voz afuera pero al lado de las cosas y solo después nos muestra el rostro. En palabras de esta visita es como si, justo al llegar, se diera el espacio para tomar una copa de vino y charlar sin dar rodeos por las profesiones y la edad, solo para que al final se nos den esos datos superfluos y descubramos que en realidad no eran tan importantes, que siempre deberíamos empezar con ese vino que aflora la esencia.

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Lina Rodríguez y el cine como realidad

Volviendo a esa un tanto insensata comparación, afirmo que Lina Rodríguez acaricia ese formato de documental de domingo, solo en el sentido en el que le entrega humanidad. Hace que el ejercicio periodístico de la entrevista recuerde que trata con personas, que sus vidas no son en ningún sentido una mercancía para abstraer de ellas aquello académica y socialmente atractivo. Lina incluso pinta sutilmente el cine como mecanismo que puede hacer la tarea periodística digna para sus verdaderos propietarios. En este sentido, Lina se vuelve medio y quizá guardiana de las historias de Claudia, Ana, y Marinela, pero en ningún momento su dueña. 

La principal prueba de esto está  en la manera de jugar con los rostros y revelarlos al final, le da un espacio en blanco a cada uno y entremezcla estas voces. Con esto, no consigue una homogeneidad sino un lugar de encuentro como el de la noche en la que estas cuatro mujeres (entre ellas Lina) hablaron sin video sobre toda una vida. Un espacio que solamente les pertenece a ellas y que Lina, en su postura de guardiana conservó y estructuró para hacerle justicia a cada una.

El arte no imita la realidad, la dignifica

Las flores de Van Gogh aparecen en la puesta en escena de esta investigación. Al darle esta humanidad por fuera del pitch y de los cánones  que determinan qué historias valen la pena, Lina Rodríguez culmina ese bellísimo  proceso con un producto que también se aleja de estos estándares. Evita por completo esa nota periodística que entre miles de anuncios y líneas de menos de 10 palabras nos dificulta la relación con los personajes. En este caso el largometraje se vale de recursos para entregar resultados que den cuenta de cada paso del proceso. 

Así como esas notas obstaculizan  la manera de relacionarse, Lina va a obstaculizar, pero nuestro ojo intrusivo para darle un camino y un ritmo que son decisión de sus autoras. Y así como los límites de los anuncios establecen la relevancia de una historia, Lina va a limitar nuestras costumbres de la inmediatez para observar las imágenes  que se detienen en minucias por el tiempo que sea necesario para nos dejemos llevar por la voz entre una ventana con un comedero de pájaros . Y, finalmente, así como esa nota se extrae en líneas  cortísimas  para contar lo llamativo, Lina va a ser extractivista de toda una noche de experiencias contadas solamente para ensamblar los pedazos de una manera en la que al terminar la película salgamos de la sala de cine sabiendo que la visita terminó  , y que esas voces no nos pertenecen.

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