Woody Allen nos ha regalado más de cincuenta cintas, cada una más especial que la anterior. Aún si es conocido por sus personajes excéntricos y sus situaciones fuera de control, un motivo recurrente suele pasar desapercibido: los lugares de sus historias.
1979. Diane Keaton, en blanco y negro, camina por una calle rodeada de grandes edificios, iluminada por luces centellantes, con una de las grandes obras de Gershwin sonando de fondo. La ciudad más grande del mundo no duerme y cobija a toda clase de personas imaginables.
2008. Scarlett Johanson se deja seducir por Javier Barden en un paraíso veraniego. Flamenco y música en español acompañan sus encuentros mientras pasean por barrios góticos, catedrales despampanantes y bajo el cielo de un azul mediterráneo.
2011. Owen Wilson está en la calle correcta, a la hora correcta, en la ciudad correcta, para realizar el viaje de su vida. A él lo acompañan las novelas de Scott Fitzgerald, las pinturas surrealistas de Dalí, la poesía de Hemingway y las canciones de Cole Porter. Pero su invitado más importante será una ciudad caótica, llena de vida, de arte y de sabores, viviendo los mejores años de su vida.
2012. Jesse Eisenberg se enamora de Elliot Paige, cuando aún era Ellen Paige, cabe resaltar. Nuestro protagonista conoce por error a un tenor prometedor. Roberto Benigni salta a la fama mediática. Penélope Cruz es una prostituta con clase. Todas estas historias tendrán algo en común: un lugar monumental, con numerosas historias de amor, de arte, de historia, de dioses, de vinos, de emperadores.
Manhattan, Barcelona, París, Roma. Y un hombre de una inteligencia aguda que ha creado o, mejor dicho, tomado, todos estos universos posibles.
Woody Allen es uno de los más grandes directores estadounidenses, conocido por su fino sentido del humor y su personalidad excéntrica. Allen nos ha acompañado desde 1966, con una producción casi anual, quedándose estancado en el 2020, y nos ha deleitado con historias sobre comedia y romance, con monólogos y producciones dramáticas y siempre con ese sello woodynesco.
Si tuviese que resumir en un solo párrafo toda su obra, diría que siempre se basa en una gran comedia que retrata el día a día, donde el protagonista es un hombre incomprendido y desadaptado socialmente, enamorado de la vida y de la idea del amor, luchando constantemente para abrirse camino en estos tiempos modernos. Y es que no importa la película, no importa quién sea el actor protagonista –de Owen Wilson a Alec Baldwin–, siempre veremos en el personaje unos retazos de este aclamado director. Woody Allen le da un nuevo color a todo: la manera de caminar, la manera de hablar en monólogos extensísimos, la manera de abrir los ojos cuando algo lo sorprende y quedarse así eternamente, con la mirada como de ratón asustado. Siempre equivocándose, pero triunfando al mismo tiempo, con un auto estrellado no solo una sino cuatro veces, y la grandiosa Diane Keaton profundamente enamorada de él, como lo vemos en Annie Hall (1977).
Sin embargo, Allen nos ha demostrado que no solo triunfa con sus personajes desadaptados y sus casi comedias románticas. El director también maneja el drama como nadie, como vimos en Match Point (2005), una cinta que te mantiene al filo del asiento desde su inicio hasta su final, al igual que logra hacer que la audiencia se siente por más de hora y media a escuchar y meditar sobre los problemas de la vida, la muerte, la modernidad y el amor, como ha hecho con tantas otras obras –Delitos y faltas (1989) y Blue Jasmine (2013), entre otras–. Nos ha demostrado ser un director polifacético y nada decepcionante. Con más de cincuenta películas, podemos decir que no ha habido ni una en que falte su genialidad y su sello característico, y aunque no todas pueden ser obras de arte, todas tienen un detalle que hacen que valga totalmente la pena.
¿Cuál es entonces el sello característico de Woody Allen? Más allá de la construcción de las historias y el desarrollo de sus personajes hasta cierto punto estereotipados, diría que su sello se encuentra en el ambiente que el director consigue. Siempre hay algo que lo distingue de tantos otros directores, como un saborcito en la boca que te hace decir: “qué allenesca se ve esta película”.
Podemos hablar, en primer lugar, de un detalle que nunca falta en las películas de Allen: la música. Habiendo tenido también una carrera como músico, él es un gran entusiasta del jazz, hasta el punto de haber tomado su nombre artístico –Woody Allen– de un gran clarinetista, Woody Herman. Así, no debe sorprender que todos los ambientes de Allen se encuentren bajo la magia de las tonalidades azules del jazz, con sonoridades cercanas a Benny Goodman o Duke Ellington. Desde Rhapsody in Blue de George Gershwin, que ambienta constantemente Manhattan (1979), hasta It Had to Be You, cantada por la misma Diane Keaton en Annie Hall –se recomienda la versión de Billie Holiday–. Podemos decir que esta sonoridad a jazz del siglo pasado es el leitmotiv –melodía o construcción musical que aparece recurrentemente en una obra y representa una idea o un personaje– de Woody Allen y ésta ayuda a poner en su lugar todos los elementos que después conformarán las impresionantes películas de este director.
Otro de los detalles y, en mi opinión, el punto fuerte de la obra de Allen es el tratamiento y relación con el entorno. Volvamos un momento a la primera parte de este artículo. Manhattan, Barcelona, París, Roma. Más que ser solamente locaciones donde la acción y el argumento se llevan a cabo, se tratan casi de otro personaje en la película. A veces, incluso, se llevan más protagonismo que los personajes mismos –no en vano Manhattan (1979) lleva el mismo nombre la ciudad–.
Estas ciudades se presentan como el argumento mismo de la película. Barcelona se presta como el paraje donde la historia de amor de Vicky y Cristina tiene lugar en Vicky Cristina Barcelona (2008). El escritor Gil Pender tiene el poder de viajar al pasado e interactuar con el París de los años 20 en Medianoche en París (2011). Roma une historias de amor y desamor en sus calles mágicas en De Roma con amor (2012). Estas ciudades no son solo el paraje, no son solo el destino. Son el qué, el sentido de la película. Sin ellas, no habría historias de amor, ni encuentros eróticos, ni viajes en el tiempo, ni cantantes de ópera en duchas, ni prostitutas con clase. Sin estas ciudades, no hay historia.
Así, las ciudades se presentan como el personaje principal, con el cual el resto de participantes interactúa y con quien se crea una relación. Los intérpretes se enamoran de ellas, hablan con ellas, las escuchan, pueden tocarlas, sentirlas e incluso odiarlas. La ciudad es donde toda la historia cobra sentido y la película se vuelve una obra de arte.
El trabajo de Woody Allen con estas ciudades es casi en calidad de cartas de amor. Como ya dijimos, su personalidad excéntrica le hace estar siempre enamorado, no solo del jazz o de mujeres hermosas como Mia Farrow, sino enamorado de la vida. Su trabajo se ha basado en expresar ese amor por las pequeñas cosas a través de la pantalla grande y hacernos ver la belleza de la vida. Por eso, recibimos todas estas espectaculares películas de Woody Allen, con amor.