El romance nos llevó a la sexualidad e inesperadamente esto nos llevó al sadomasoquismo. ¿Qué tan cerca estamos del terror?
Existen muchos géneros de películas: terror, romance, drama, por ejemplo. Sin embargo, sobre una película podemos sentir emociones que no necesariamente corresponden a lo que delimitan estos géneros. Estas emociones habitan mucho más en la trama que se presenta, en si los finales son felices o trágicos e incluso si el protagonista es el bueno o el malo.
Dentro de cada género existen arquetipos muy marcados sobre las historias que se cuentan. Por ejemplo, en el cine de terror podemos encontrar historias de asesinos o espíritus malignos, mientras que, en las películas románticas podemos tener historias color de rosa o amores imposibles. Como se insinúa desde el título de este artículo, vamos a explorar la unión de estos dos géneros a través de un componente que marca el tipo de historia que se quiere presentar en términos de romance: la sexualidad. En los últimos años, la industria del cine ha presentado historias que le dan mayor peso a la manera en la que los personajes se encuentran en la intimidad, sus gustos, sus miedos, e incluso sus traumas. De esta manera, temas como el sadomasoquismo se han vuelto recurrentes para complementar la psiquis de un personaje. Nos encontramos entonces con 50 sombras de Grey en un ejemplo reciente, pero también sagas como Hellraiser de 1988 que exploran una cara diferente y más oscura de este mundo.
Es importante recordar ese componente crítico del arte y de su relación con la sociedad, entonces, ¿qué nos dice el cine sobre el sadomasoquismo y la sexualidad? En esta oportunidad vamos a enfrentar el discurso romantizado en contraste con una perspectiva objetiva de este tema. Dos años antes del estreno de la primera entrega de Hellraiser, David Lynch propuso esta mirada oscura y tenebrosa del mundo del sadomasoquismo con su filme nominado al Oscar Blue Velvet. En una búsqueda rápida la película se cataloga dentro del drama y el terror psicológico. En contraste, poco más de 30 años después, Bárbara Bialowas parece potenciar los extremos del sadomasoquismo que la saga de 50 sombras sólo llegó a plantear, esto con su trilogía de 365 días. Tanto los filmes de 50 sombras como los de la directora polaca se han catalogado como drama o directamente cine erótico. Entonces, ¿desde qué perspectiva se está vendiendo este aspecto de la sexualidad en la actualidad y de qué manera se presentaba en el pasado? Para esto vamos a analizar los filmes de Lynch y Bialowas.
Víctimas y victimarios
Las protagonistas de estas películas, bajo una dinámica de relación romántica hegemónica de hombre y mujer, son los personajes femeninos de Dorothy (Blue Velvet) y Laura (365 días). Este enfoque en la mujer más que en el hombre se debe en gran parte a su rol como detonante de la trama que se desarrolla a manos del personaje masculino. En otras palabras, dentro de este contexto sadomasoquista, las mujeres, independientemente de la manera en la que se presente la historia, son víctimas. Y no, esto no se evidencia debido al tipo de práctica sexual que están representando, sino porque en las dinámicas sexuales de estas dos mujeres no se muestra ningún tipo de consentimiento sobre la relación que se les impone.
En el caso de Blue Velvet, toda esta violencia que implica la imposición de una relación sadomasoquista es explícita y tiene como consecuencia inmediata un sentimiento de repudio por el victimario. Mientras que, en 365 días, aún cuando el consentimiento no está expuesto, ni verbal, ni por escrito, el simple hecho de alargar la historia a 3 filmes que se embarcan en el amor entre Laura y su captor (Massimo) denota una ausencia del reconocimiento de la violencia que está inscrita en la falta de consentimiento.
Otro argumento poderoso para observar las relaciones entre personajes como una dinámica de víctima y victimario es el poder de la amenaza. Definida por la RAE como la intimidación hacia alguien con el anuncio de un mal para sí mismo o para alguien cercano, la amenaza es un componente que está presente en ambas situaciones. Bajo la lente de Lynch, esta nuevamente es explícita, ya que Frank (el sadista en este caso) tiene capturados al hijo y al esposo de Dorothy. De hecho, el filme busca resaltar su componente violento alejándose del gore que implica la violencia física, pero insinuando lo grotesco y visceral desde el inicio de la película cuando Jeffrey encuentra la oreja del esposo de Dorothy. La manera en la que se cuenta esta historia tiende casi a un relato policíaco que, como consecuencia, le otorga componentes como la causa del delito y sobre todo ese enfoque de persecución en el que hay un agente heróico.
Por otro lado, 365 días no tiene una amenaza en la que anuncia hacer daño, pero sí hay una cortina de humo que a través de la idea de un acuerdo propuesto por Massimo, Laura tiene 365 días para enamorarse de él. En otras palabras, mediante una estrategia de manipulación la mujer es víctima al creer que tiene control sobre su posición a pesar de que fue encarcelada en una vida ajena para simplemente ser el trofeo de Massimo. Toda esta idea de enamoramiento no es más que un efecto traumático de su situación de víctima, lo cual solamente es posible interpretarlo por fuera de los límites del filme, ya que la perspectiva de la directora no proporciona los tintes de trauma necesarios para llegar a insinuarlo.
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La perspectiva “humanizante” de terceros
Teniendo un panorama sobre la violencia presente en ambas situaciones, hay un aspecto importante que tiene como intención darle al espectador un respaldo para actuar en la trama. Esto se consigue a través de los personajes secundarios y su intervención con los principales. En el caso de Lynch, es importante que el protagonista de la historia sea Jeffrey ya que enuncia desde un principio esa necesidad de un acto de heroísmo y valentía ante la alerta de peligro. Dorothy, entonces, es de cierta manera la damisela en apuros que es consciente de su condición y está directamente pidiendo ayuda.
En el caso de 365 días, en un uso muy pobre de personajes secundarios, la película solamente presenta historias románticas en paralelo que alimentan este sentido idílico y legitiman el aspecto de peligro en la narrativa. Es casi como si todo el entorno influyera en crear romance entre dos personajes que no necesariamente comprenden el sentido del amor, y muy a la ligera relacionan una atracción física que resulta en una intimidad satisfactoria hacia el sentimiento del amor.
Esto no quiere decir que Blue Velvet excluya de su narrativa el amor. Por el contrario, se dignifica a través de la idea de maternidad que predomina en Dorothy y que al final de la película se enaltece como una esperanza posterior a una situación dolorosa. Incluso, el amor romántico está presente en la relación que surge entre Jeffrey y Sandy, hija del policía que ayuda en el rescate de Dorothy. Si bien esta relación en algún momento es puesta en duda, debido a un aparente enamoramiento hacia Dorothy, es un gran acierto que Lynch no culminará este heroísmo en amor. Esta propuesta hubiera sugerido que el heroísmo y ser rescatada se relaciona con someterse a otro hombre.
La sexualidad femenina
A pesar de estas marcadas diferencias entre las dos narrativas, las protagonistas tienen un punto de encuentro muy fuerte que las relaciona y es su deseo sexual y su preferencia por ese rol masoquista. Pero, nuevamente, la visión de la película sobre estos deseos lleva la trama a puntos completamente opuestos. Por un lado, para el papel de Dorothy en Blue Velvet, este aspecto destaca más su posición de víctima sin romantizar de ninguna manera. Incluso, en sus encuentros con Jeffrey se evidencia que sobre sus deseos sexuales predomina el instinto de saber que está en peligro. En otras palabras, hay una dignificación del personaje y un trasfondo que lo complejiza por fuera de su sexualidad.
Por otro lado, en el caso de Laura, se habla de la necesidad por explorar la intimidad desde nuevos límites que su pareja no le daba. Hasta ahí, hay una imagen positiva que reconoce los deseos de la mujer. Sin embargo, cuando Massimo la priva de la libertad e irrumpe en su cuerpo sin previo consentimiento, el discurso parece sugerir que al ella sentirse satisfecha olvida que es una víctima y que en ningún momento accedió a estar con este hombre. Nuevamente, el aspecto del trauma, casi un síndrome de Estocolmo, es una respuesta coherente a la historia, pero que al no sugerirse genera un discurso violento hacia la mujer.
En conclusión, mientras la película de Lynch nos lleva a ese drama que tiende al terror y a ese sin aliento de querer que Dorothy pueda ser libre, el sentimiento en la película polaca es de cierta incertidumbre sobre lo que la trama sugiere mientras un montón de escenas eróticas saturan el componente audiovisual. El erotismo es usado como una distracción en las películas más recientes para no ahondar en el origen, las dinámicas e incluso los motivos que son tan indispensables al tratar temas como el sadomasoquismo.