El rosado domina el mundo y el largometraje “Barbie” es otra prueba de ello. Entre la opresión, los roles de género y el marketing, el color se ha posicionado como uno de los más antiguos y exitosos del círculo cromático.
Para mí, como mujer, el rosado estuvo siempre de una u otra forma presente. Venía en forma de vestido, de peluche, lo usaban caricaturas y libros infantiles; estaba hasta en la comida –cómo olvidar la alianza entre Crem Helado y Barbie que llegó a modo de paleta–. Pero el color rosado va más allá.
Con su último largometraje, Greta Gerwig obtuvo un logro increíble; y no, no se trata solo de los mil millones de dólares que logró recaudar Barbie en taquilla hasta la fecha. La directora logró devolverle al color rosa profundidad. Su uso, contrario a la superficialidad y banalidad que lo ha estigmatizado, ha englobado históricamente una serie de dinámicas sociales y políticas que se reafirman desde en baby showers hasta en centros penitenciarios en Europa y Estados Unidos.
Cuando la historia se tiñó de rosa
En el 2018, el rosa se perfilaba como uno de los colores más antiguos del mundo. Una investigación realizada en la Universidad Nacional de Australia encontró un pigmento rosado de 1.100 millones de años. Los resultados que se dieron gracias al estudio de los fósiles de cianobacterias tienen como implicación que el uso del color de Barbie es mucho más arcaico de lo que se pensaba.
Pese a percibirse en flores y en algunos frutos, el rosado es poco usual en la naturaleza. Este factor es fundamental porque la aparición de las palabras depende de un factor clave: la necesidad que tengan los hablantes de nombrar lo que, hasta ese momento, no tenga nombre. Debido a esto, su aparición en el lenguaje fue tardía. Se estima que “pink” llegó al inglés en el siglo XVIII. En el caso del español, su adopción del latín fue inminente, pero su definición siempre fue ambigua.
Ya para el Siglo de Oro, mientras colores como el blanco, el negro y el rojo contaban con una posición establecida en el idioma –que se determina por el número de sustantivos y verbos que se derivan de ellos–, el rosado era mucho más marginal. No contaba con derivados y su definición en muchos diccionarios estaba estrechamente relacionada con las rosas –a pesar de que no todas estas tienen la tonalidad–.
Pero para hablar del rosa no basta con brindar datos y hechos. El color podría considerarse uno de los más exitosos gracias a un rasgo fundamental: al pensar en él, no se puede separar de su valor cultural. Por lo tanto, su historia está directamente ligada al colonialismo, a la industria de la belleza, a las figuras de poder y a los roles de género.
Cuestión de arte, belleza… y marketing
En dicho sentido, la industria de la belleza le dio vida. Su demanda para el sector de la cosmética crecía gracias a las bondades que los europeos percibían en el rubor. La ternura, el coqueteo, la buena salud y la sensualidad se entremezclaron con el tono extraído de los parásitos kermes, los pigmentos minerales, y las cochinillas mexicanas que revolucionaron el arte y tiñeron de rojo importantes obras del arte barroco.
Para la historia del rosado, la marginalidad jugó a favor desde dos perspectivas. Desde una mirada de clase social, se pensaba solo en tonos rojizos que, además, eran escasos. El descubrimiento de América –y de las cochinillas usadas por los aztecas– democratizó poco a poco al rojo e hizo a las clases altas migrar hacia tonos pasteles que fueran poco accesibles para las más humildes. Bajo una perspectiva mucho más comercial, el color era hijo del rojo –sinónimo de fuerza–, lo que concluyó en que, en 1918, un artículo de la publicación Earnshaw’s Infants’ Department lo propuso como tono para varones en medio de una búsqueda por los colores ‘apropiados’ para la infancia. La decisión fue fundamental para el comienzo de la dispersión del rosado que, según The Time, para 1927 ya dominaba grandes almacenes en la sección para niños. Para los años 40 la tendencia era aparentemente irreversible.
¿Pero, entonces, a qué se debe el paso de ser el color predilecto para los varones a ser el tono de Barbie? En pocas palabras: a la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, se vio la necesidad de reforzar los roles de género que se habían debilitado por la falta de mano de obra durante el conflicto. El rosado, que ya hacía parte de un debate entre si era un tono femenino o masculino, fue el instrumento perfecto para introducir valores tradicionales.
¿La Vie en Rose?
Así, el rosado tuvo, quizá, una de las evoluciones más sorprendentes de círculo cromático: pasó de ser un tono periférico, a ser uno de los colores con mayor carga simbólica. Se convirtió en un instrumento político que, de acuerdo con J.P Morgan, le cuesta a las mujeres 1.300 dólares adicionales anuales y que se traduce a un gasto mayor por productos en un 42% de las veces. El rosado, de la mano del Pink Tax y de su papel en el fortalecimiento de las brechas de género, es la enésima arma patriarcal.
En dicho sentido y para cerrar el círculo virtuoso que dejó abierto también Gerwig en el exitoso largometraje, el color necesita ser visto también como un artefacto cultural que debe ser subvertido. Está claro que el color rosado y usarlo con el mismo empoderamiento de Margot Robbie en Barbie no va a cambiar al mundo; pero el reconocimiento a través de instrumentos de opresión, el movimiento detrás de la apropiación de estos y la acción provocada por la conciencia colectiva, no están mal para comenzar.
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